
Reflexión honesta: 10 años después


Hace 10 años, tenía 30. Era peleadora profesional, entrenaba todo el tiempo, trabajaba como traductora freelance, daba clases privadas. Vivía en modo acción. Me gustaba el esfuerzo, la disciplina, el empuje. Pero aun así, cada vez que me veía en el espejo —o en un reflejo cualquiera— me encontraba gorda. Y estaba delgada.
Siempre había un "pero". Una voz insistente que decía que tenía mucha grasa aquí, que me faltaba músculo allá, que no era lo suficientemente femenina, ni bonita, ni algo... Siempre faltaba algo.
Nada era suficiente.
Ese hoyo —el de la autocrítica crónica— es profundo. No se llena con más auto exigencia ni con victimismo. Es un pozo sin fondo.
Hoy, una década después, miro fotos de esos años y me pregunto:
¿Cómo pude pensar eso de mí?
¿Cómo no supe ver todo el esfuerzo que ponía en mi vida?
¿Cómo no me gustaba?
Me parece una locura. Y a la vez, me da ternura.
Compararse es un acto de violencia contra uno mismo. Es una forma de desaprobación. De mirar hacia afuera para recomfortar un vacío interno. Y ese hábito te persigue hasta que un día le dices: ya basta.
Hace un año, sin saber que estaba entrando de lleno en la perimenopausia, me sentía perdida, con sobrepeso, lenta, exhausta. Miraba atrás y no entendía en qué momento había subido tanto de peso, en qué momento empecé a sentirme frágil, en qué momento se apagó mi luz.
La respuesta: fue algo gradual. Pero no lo vi venir. Sólo ahora, desde la distancia, puedo conectar los puntos.
No me veo como hace diez años. Ya no estoy así de delgada o atlética. No tengo esa energía infinita de entonces.
Pero tengo otra cosa: una apreciación real por mi esfuerzo, por mis logros, aunque al mundo le parezcan pequeños. Para mí, son prueba de mi determinación.
Ya no estoy perdida en la niebla. Ya no me siento frágil, ni gorda, ni lenta.
Puedo correr.
Puedo levantar peso.
Puedo hacer cosas que hace un año no podía.
En un mundo donde los cuerpos ideales nos bombardean día y noche, la mujer en perimenopausia puede perder de vista lo más importante: ella misma.
Hace poco, en el gimnasio, me vi en el espejo y tuve un pensamiento claro:
es una deshonra sentir envidia de otra mujer por su cuerpo. Una deshonra hacia mí misma.
Tengo 40 años.
Este cuerpo me ha traído hasta aquí.
Y sigo viva.
Antes de cerrar esta reflexión y extenderla como un abrazo a otras mujeres que puedan estar atravesando algo similar, me gustaría que recuerdes lo siguiente —sobre todo en esos días en que la autocrítica te apaga el brillo y no lográs reconocerte:
Es un poema de una de mis autoras favoritas, la gran Maya Angelou:
"Phenomenal Woman."
No es solo para mujeres en perimenopausia.
Es para todas. Porque todas lo necesitamos, más de una vez: https://poemario.com/pdf/mujer-fenomenal.pdf
Y aquí, les dejo un pequeño fragmento, que me encanta:
Es el fuego en mi mirada,
Y el destello de mi sonrisa,
El movimiento de mi cintura,
Y la alegría en mis pasos,
Soy una mujer,
Fenomenalmente.
Mujer fenomenal,
Esa soy yo.
Cmc.